Escribà aquella carta con gran angustia, un corazón afligido y muchas lágrimas. No quise causarles tristeza, más bien querÃa que supieran cuánto amor tengo por ustedes.
No exagero cuando digo que el hombre que causó todos los problemas los lastimó más a todos ustedes que a mÃ.
La mayorÃa de ustedes se le opusieron, y eso ya fue suficiente castigo.
No obstante, ahora es tiempo de perdonarlo y consolarlo; de otro modo, podrÃa ser vencido por el desaliento.
pero no sentÃa paz, porque mi querido hermano Tito todavÃa no habÃa llegado con un informe de ustedes. Asà que me despedà y seguà hacia Macedonia para buscarlo.
Asà que, ¡gracias a Dios!, quien nos ha hecho sus cautivos y siempre nos lleva en triunfo en el desfile victorioso de Cristo. Ahora nos usa para difundir el conocimiento de Cristo por todas partes como un fragante perfume.
Nuestras vidas son la fragancia de Cristo que sube hasta Dios, pero esta fragancia se percibe de una manera diferente por los que se salvan y los que se pierden.
Ya ven, no somos como tantos charlatanes que predican para provecho personal. Nosotros predicamos la palabra de Dios con sinceridad y con la autoridad de Cristo, sabiendo que Dios nos observa.