Amados hermanos, cuando estuve con ustedes, no pude hablarles como lo harÃa con personas espirituales. Tuve que hablarles como si pertenecieran a este mundo o como si fueran niños en la vida cristiana.
Tuve que alimentarlos con leche, no con alimento sólido, porque no estaban preparados para algo más sustancioso. Y aún no están preparados,
porque todavÃa están bajo el control de su naturaleza pecaminosa. Tienen celos unos de otros y se pelean entre sÃ. ¿Acaso eso no demuestra que los controla su naturaleza pecaminosa? ¿No viven como la gente del mundo?
Cuando uno de ustedes dice: «Yo soy seguidor de Pablo» y otro dice: «Yo sigo a Apolos», ¿no actúan igual que la gente del mundo?
Pues nadie puede poner un fundamento distinto del que ya tenemos, que es Jesucristo.
El que edifique sobre este fundamento podrá usar una variedad de materiales: oro, plata, joyas, madera, heno u hojarasca;
pero el dÃa del juicio, el fuego revelará la clase de obra que cada constructor ha hecho. El fuego mostrará si la obra de alguien tiene algún valor.
Si la obra permanece, ese constructor recibirá una recompensa,
¿No se dan cuenta de que todos ustedes juntos son el templo de Dios y que el EspÃritu de Dios vive en ustedes?
Dios destruirá a cualquiera que destruya este templo. Pues el templo de Dios es santo, y ustedes son este templo.
Dejen de engañarse a sà mismos. Si piensan que son sabios de acuerdo con los criterios de este mundo, necesitan volverse necios para ser verdaderamente sabios.
Pues la sabidurÃa de este mundo es necedad para Dios. Como dicen las Escrituras: «Él atrapa a los sabios    en la trampa de su propia astucia».