Y nosotros, los apóstoles, estarÃamos todos mintiendo acerca de Dios, porque hemos dicho que Dios levantó a Cristo de la tumba. Asà que eso no puede ser cierto si no hay resurrección de los muertos;
y si no hay resurrección de los muertos, entonces Cristo no ha resucitado;
y si Cristo no ha resucitado, entonces la fe de ustedes es inútil, y todavÃa son culpables de sus pecados.
En ese caso, ¡todos los que murieron creyendo en Cristo están perdidos!
Y si nuestra esperanza en Cristo es solo para esta vida, somos los más dignos de lástima de todo el mundo.
Lo cierto es que Cristo sà resucitó de los muertos. Él es el primer fruto de una gran cosecha, el primero de todos los que murieron.
Asà que, ya ven, tal como la muerte entró en el mundo por medio de un hombre, ahora la resurrección de los muertos ha comenzado por medio de otro hombre.
Asà como todos mueren porque todos pertenecemos a Adán, todos los que pertenecen a Cristo recibirán vida nueva;
Pues Cristo tiene que reinar hasta que humille a todos sus enemigos debajo de sus pies.
Y el último enemigo que será destruido es la muerte.
Pues las Escrituras dicen: «Dios ha puesto todas las cosas bajo su autoridad». (Claro que, cuando dice «todas las cosas están bajo su autoridad», no incluye a Dios mismo, quien le dio a Cristo su autoridad).
Pues juro, amados hermanos, que todos los dÃas enfrento la muerte. Esto es tan cierto como el orgullo que siento por lo que Cristo Jesús nuestro Señor ha hecho en ustedes.
El sol tiene una clase de gloria, mientras que la luna tiene otra y las estrellas tienen otra. Y hasta las estrellas se diferencian unas de otras por la gloria de cada una.
Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos. Cuando morimos, nuestros cuerpos terrenales son plantados en la tierra, pero serán resucitados para que vivan por siempre.
Nuestros cuerpos son enterrados en deshonra, pero serán resucitados en gloria. Son enterrados en debilidad, pero serán resucitados en fuerza.
Las Escrituras nos dicen: «El primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente», pero el último Adán —es decir, Cristo— es un EspÃritu que da vida.
Lo que primero viene es el cuerpo natural, y más tarde viene el cuerpo espiritual.
Adán, el primer hombre, fue formado del polvo de la tierra, mientras que Cristo, el segundo hombre, vino del cielo.
Los que son terrenales son como el hombre terrenal, y los que son celestiales son como el hombre celestial.
Al igual que ahora somos como el hombre terrenal, algún dÃa seremos como el hombre celestial.
Lo que les digo, amados hermanos, es que nuestros cuerpos fÃsicos no pueden heredar el reino de Dios. Estos cuerpos que mueren no pueden heredar lo que durará para siempre.
Pero permÃtanme revelarles un secreto maravilloso. ¡No todos moriremos, pero todos seremos transformados!
Pues nuestros cuerpos mortales tienen que ser transformados en cuerpos que nunca morirán; nuestros cuerpos mortales deben ser transformados en cuerpos inmortales.
Entonces, cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: «La muerte es devorada en victoria.
Oh muerte, ¿dónde está tu victoria?    Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?».
Pues el pecado es el aguijón que termina en muerte, y la ley le da al pecado su poder.
¡Pero gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por lo tanto, mis amados hermanos, permanezcan fuertes y constantes. Trabajen siempre para el Señor con entusiasmo, porque ustedes saben que nada de lo que hacen para el Señor es inútil.