De modo que Jacob fue a Egipto. Murió allÃ, al igual que nuestros antepasados.
Sus cuerpos fueron llevados a Siquem, donde fueron enterrados en la tumba que Abraham les habÃa comprado a los hijos de Hamor en Siquem a un determinado precio.
»A medida que se acercaba el tiempo en que Dios cumplirÃa su promesa a Abraham, el número de nuestro pueblo en Egipto aumentó considerablemente.
»Entonces el Señor le dijo: “QuÃtate las sandalias, porque estás parado sobre tierra santa.
Ciertamente he visto la opresión de mi pueblo en Egipto. He escuchado sus gemidos y he descendido para rescatarlos. Ahora ve, porque te envÃo de regreso a Egiptoâ€.
De manera que hicieron un Ãdolo en forma de becerro, le ofrecieron sacrificios y festejaron ese objeto que habÃan hecho.
Entonces Dios se apartó de ellos y los abandonó, ¡para que sirvieran a las estrellas del cielo como sus dioses! En el libro de los profetas está escrito: “Israel, ¿acaso era a mà a quien traÃas sacrificios y ofrendas    durante esos cuarenta años en el desierto?
»David obtuvo el favor de Dios y pidió tener el privilegio de construir un templo permanente para el Dios de Jacob.
Aunque en realidad, fue Salomón quien lo construyó.
Sin embargo, el AltÃsimo no vive en templos hechos por manos humanas. Como dice el profeta:
“El cielo es mi trono    y la tierra es el estrado de mis pies. ¿PodrÃan acaso construirme un templo tan bueno como ese?    —pregunta el Señor—. ¿PodrÃan construirme un lugar de descanso asÃ?   Â
¿Acaso no fueron mis manos las que hicieron el cielo y la tierra?â€.
¡Mencionen a un profeta a quien sus antepasados no hayan perseguido! Hasta mataron a los que predijeron la venida del Justo, el MesÃas a quien ustedes traicionaron y asesinaron.
Deliberadamente desobedecieron la ley de Dios, a pesar de que la recibieron de manos de ángeles.
Los lÃderes judÃos se enfurecieron por la acusación de Esteban y con rabia le mostraban los puños;
pero Esteban, lleno del EspÃritu Santo, fijó la mirada en el cielo, y vio la gloria de Dios y vio a Jesús de pie en el lugar de honor, a la derecha de Dios.
Y les dijo: «¡Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie en el lugar de honor, a la derecha de Dios!».
lo arrastraron fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Sus acusadores se quitaron las túnicas y las pusieron a los pies de un joven que se llamaba Saulo.
Mientras lo apedreaban, Esteban oró: «Señor Jesús, recibe mi espÃritu».
Cayó de rodillas gritando: «¡Señor, no los culpes por este pecado!». Dicho eso, murió.