HabÃa cierto hombre llamado AnanÃas quien, junto con su esposa, Safira, vendió una propiedad;
y llevó solo una parte del dinero a los apóstoles pero afirmó que era la suma total de la venta. Con el consentimiento de su esposa, se quedó con el resto.
Como tres horas más tarde, entró su esposa sin saber lo que habÃa pasado.
Pedro le preguntó:—¿Fue este todo el dinero que tú y tu esposo recibieron por la venta de su terreno?—Sà —contestó ella—, ese fue el precio.
Al instante, ella cayó al suelo y murió. Cuando los jóvenes entraron y vieron que estaba muerta, la sacaron y la enterraron al lado de su esposo.
Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que oyeron lo que habÃa sucedido.
Los apóstoles hacÃan muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente. Y todos los creyentes se reunÃan con frecuencia en el templo, en el área conocida como el Pórtico de Salomón;
pero nadie más se atrevÃa a unirse a ellos, aunque toda la gente los tenÃa en alta estima.
Sin embargo, cada vez más personas —multitudes de hombres y mujeres— creÃan y se acercaban al Señor.
El sumo sacerdote y sus funcionarios, que eran saduceos, se llenaron de envidia.
Arrestaron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública;
pero un ángel del Señor llegó de noche, abrió las puertas de la cárcel y los sacó. Luego les dijo:
«¡Vayan al templo y denle a la gente este mensaje de vida!».
Asà que, al amanecer, los apóstoles entraron en el templo como se les habÃa dicho, y comenzaron a enseñar de inmediato.Cuando llegaron el sumo sacerdote y sus funcionarios, convocaron al Concilio Supremo, es decir, a toda la asamblea de los ancianos de Israel. Luego mandaron a sacar a los apóstoles de la cárcel para llevarlos a juicio;
pero cuando los guardias del templo llegaron a la cárcel, los hombres ya no estaban. Entonces regresaron al Concilio y dieron el siguiente informe:
«La cárcel estaba bien cerrada, los guardias estaban afuera en sus puestos, pero cuando abrimos las puertas, ¡no habÃa nadie!».
Luego Dios lo puso en el lugar de honor, a su derecha, como PrÃncipe y Salvador. Lo hizo para que el pueblo de Israel se arrepintiera de sus pecados y fuera perdonado.
Al oÃr esto, el Concilio Supremo se enfureció y decidió matarlos;
pero uno de los miembros, un fariseo llamado Gamaliel, experto en la ley religiosa y respetado por toda la gente, se puso de pie y ordenó que sacaran de la sala del Concilio a los apóstoles por un momento.
Entonces les dijo a sus colegas: «Hombres de Israel, ¡tengan cuidado con lo que piensan hacerles a estos hombres!
»Asà que mi consejo es que dejen a esos hombres en paz. Pónganlos en libertad. Si ellos están planeando y actuando por sà solos, pronto su movimiento caerá;
pero si es de Dios, ustedes no podrán detenerlos. ¡Tal vez hasta se encuentren peleando contra Dios!».
Los otros miembros aceptaron su consejo. Llamaron a los apóstoles y mandaron que los azotaran. Luego les ordenaron que nunca más hablaran en el nombre de Jesús y los pusieron en libertad.
Los apóstoles salieron del Concilio Supremo con alegrÃa, porque Dios los habÃa considerado dignos de sufrir deshonra por el nombre de Jesús.
Y cada dÃa, en el templo y casa por casa, seguÃan enseñando y predicando este mensaje: «Jesús es el MesÃas».