Una vez a salvo en la costa, nos enteramos de que estábamos en la isla de Malta.
La gente de la isla fue muy amable con nosotros. HacÃa frÃo y llovÃa, entonces encendieron una fogata en la orilla para recibirnos.
Mientras Pablo juntaba una brazada de leña y la echaba en el fuego, una serpiente venenosa que huÃa del calor lo mordió en la mano.
Los habitantes de la isla, al ver la serpiente colgando de su mano, se decÃan unos a otros: «¡Sin duda este es un asesino! Aunque se salvó del mar, la justicia no le permitirá vivir»;
pero Pablo se sacudió la serpiente en el fuego y no sufrió ningún daño.
Cerca de la costa adonde llegamos, habÃa una propiedad que pertenecÃa a Publio, el funcionario principal de la isla. Él nos recibió y nos atendió con amabilidad por tres dÃas.
Allà encontramos a algunos creyentes, quienes nos invitaron a pasar una semana con ellos. Y asà llegamos a Roma.
Los hermanos de Roma se habÃan enterado de nuestra inminente llegada, y salieron hasta el Foro por el Camino Apio para recibirnos. En Las Tres Tabernas nos esperaba otro grupo. Cuando Pablo los vio, se animó y dio gracias a Dios.
Una vez que llegamos a Roma, a Pablo se le permitió hospedarse en un alojamiento privado, aunque estaba bajo la custodia de un soldado.
“Ve y dile a este pueblo: Cuando ustedes oigan lo que digo,    no entenderán. Cuando vean lo que hago,    no comprenderán.
Pues el corazón de este pueblo está endurecido,    y sus oÃdos no pueden oÃr,    y han cerrado los ojos, asà que sus ojos no pueden ver,    y sus oÃdos no pueden oÃr,    y sus corazones no pueden entender, y no pueden volver a mà    para que yo los saneâ€.