Likewise the Spirit also helpeth our infirmities: for we know not what we should pray for as we ought: but the Spirit itself maketh intercession for us with groanings which cannot be uttered.
Cuando regresamos al barco al final de esa semana, toda la congregación, incluidos las mujeres y los niños, salieron de la ciudad y nos acompañaron a la orilla del mar. Allà nos arrodillamos, oramos
y nos despedimos. Luego abordamos el barco y ellos volvieron a casa.
Al dÃa siguiente, continuamos hasta Cesarea y nos quedamos en la casa de Felipe el evangelista, uno de los siete hombres que habÃan sido elegidos para distribuir los alimentos.
TenÃa cuatro hijas solteras, que habÃan recibido el don de profecÃa.
»Queremos que hagas lo siguiente: hay entre nosotros cuatro hombres que han cumplido su voto;
acompáñalos al templo y participa con ellos en la ceremonia de purificación, y paga tú los gastos para que se rapen la cabeza según el ritual judÃo. Entonces todos sabrán que los rumores son falsos y que tú mismo cumples las leyes judÃas.
»En cuanto a los creyentes gentiles, ellos deben hacer lo que ya les dijimos en una carta: abstenerse de comer alimentos ofrecidos a Ãdolos, de consumir sangre o la carne de animales estrangulados, y de la inmoralidad sexual».
Asà que, al dÃa siguiente, Pablo fue al templo con los otros hombres. Ya comenzado el ritual de purificación, anunció públicamente la fecha en que se cumplirÃa el tiempo de los votos y se ofrecerÃan sacrificios por cada uno de los hombres.
Cuando estaban por cumplirse los siete dÃas del voto, unos judÃos de la provincia de Asia vieron a Pablo en el templo e incitaron a una turba en su contra. Lo agarraron
mientras gritaban: «¡Hombres de Israel, ayúdennos! Este es el hombre que predica en contra de nuestro pueblo en todas partes y les dice a todos que desobedezcan las leyes judÃas. Habla en contra del templo, ¡y hasta profana este lugar santo llevando gentiles adentro!».
(Pues más temprano ese mismo dÃa lo habÃan visto en la ciudad con Trófimo, un gentil de Éfeso, y supusieron que Pablo lo habÃa llevado al templo).
De inmediato el comandante llamó a sus soldados y oficiales y corrió entre la multitud. Cuando la turba vio que venÃan el comandante y las tropas, dejaron de golpear a Pablo.
Unos gritaban una cosa, y otros otra. Como no pudo averiguar la verdad entre todo el alboroto y la confusión, ordenó que llevaran a Pablo a la fortaleza.
Cuando Pablo llegó a las escaleras, la turba se puso tan violenta que los soldados tuvieron que levantarlo sobre sus hombros para protegerlo.
Y la multitud seguÃa gritando desde atrás: «¡Mátenlo! ¡Mátenlo!».
Cuando estaban por llevarlo adentro, Pablo le dijo al comandante:—¿Puedo hablar con usted?—¿¡Hablas griego!? —le preguntó el comandante, sorprendido—.
¿No eres tú el egipcio que encabezó una rebelión hace un tiempo y llevó al desierto a cuatro mil miembros del grupo llamado “Los Asesinos�
—No —contestó Pablo—, soy judÃo y ciudadano de Tarso de Cilicia, que es una ciudad importante. Por favor, permÃtame hablar con esta gente.
El comandante estuvo de acuerdo, entonces Pablo se puso de pie en las escaleras e hizo señas para pedir silencio. Pronto un gran silencio envolvió a la multitud, y Pablo se dirigió a la gente en su propia lengua, en arameo.