Una noche, el Señor le habló a Pablo en una visión y le dijo: «¡No tengas miedo! ¡Habla con libertad! ¡No te quedes callado!
Pues yo estoy contigo, y nadie te atacará ni te hará daño, porque mucha gente de esta ciudad me pertenece».
Asà que Pablo se quedó allà un año y medio enseñando la palabra de Dios.
Cuando Galión llegó a ser gobernador de Acaya, unos judÃos se levantaron contra Pablo y lo llevaron ante el gobernador para juzgarlo.
Acusaron a Pablo de «persuadir a la gente a adorar a Dios en formas contrarias a nuestra ley».
Pero justo cuando Pablo comenzó a defenderse, Galión se dirigió a los acusadores de Pablo y dijo: «Escuchen, ustedes judÃos, si aquà hubiera alguna fechorÃa o un delito grave, yo tendrÃa una razón para aceptar el caso;
Entonces la multitud agarró a Sóstenes, el lÃder de la sinagoga, y lo golpeó allà mismo en la corte; pero Galión no le dio a eso ninguna importancia.
Primero se detuvieron en el puerto de Éfeso, donde Pablo dejó a los demás. Mientras estuvo en Éfeso, fue a la sinagoga para razonar con los judÃos.
Mientras tanto, un judÃo llamado Apolos —un orador elocuente que conocÃa bien las Escrituras— llegó a Éfeso desde la ciudad de AlejandrÃa, en Egipto.
Cuando Priscila y Aquila lo escucharon predicar con valentÃa en la sinagoga, lo llevaron aparte y le explicaron el camino de Dios con aún más precisión.
Apolos pensaba ir a Acaya, y los hermanos de Éfeso lo animaron para que fuera. Les escribieron a los creyentes de Acaya para pedirles que lo recibieran. Cuando Apolos llegó, resultó ser de gran beneficio para los que, por la gracia de Dios, habÃan creÃdo.
Refutaba a los judÃos en debates públicos con argumentos poderosos. Usando las Escrituras, les explicaba que Jesús es el MesÃas.