Mientras hablaba, los maestros de la ley religiosa y los fariseos le llevaron a una mujer que habÃa sido sorprendida en el acto de adulterio; la pusieron en medio de la multitud.
«Maestro —le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio.
Luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el polvo.
Al oÃr eso, los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad, hasta que quedaron sólo Jesús y la mujer en medio de la multitud.
Entonces Jesús se incorporó de nuevo y le dijo a la mujer:—¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ni uno de ellos te condenó?
—Ni uno, Señor —dijo ella.—Yo tampoco —le dijo Jesús—. Vete y no peques más.
Jesús habló una vez más al pueblo y dijo: «Yo soy la luz del mundo. Si ustedes me siguen, no tendrán que andar en la oscuridad porque tendrán la luz que lleva a la vida».
Los fariseos respondieron:—¡Tú haces esas declaraciones acerca de ti mismo! Un testimonio asà no es válido.
Jesús dijo todo esto mientras enseñaba en la parte del templo conocida como la tesorerÃa, pero no lo arrestaron, porque aún no habÃa llegado su momento.
Más tarde, Jesús volvió a decirles: «Yo me voy, y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir».
Pero ellos seguÃan sin entender que les hablaba de su Padre.
Por eso Jesús dijo: «Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre en la cruz, entonces comprenderán que Yo Soy. Yo no hago nada por mi cuenta, sino que digo únicamente lo que el Padre me enseñó.
Jesús contestó:—Les digo la verdad, todo el que comete pecado es esclavo del pecado.
Un esclavo no es un miembro permanente de la familia, pero un hijo sà forma parte de la familia para siempre.
Asà que, si el Hijo los hace libres, ustedes son verdaderamente libres.
Claro que me doy cuenta de que son descendientes de Abraham. Aun asÃ, algunos de ustedes procuran matarme porque no tienen lugar para mi mensaje en su corazón.
Yo les cuento lo que vi cuando estaba con mi Padre, pero ustedes siguen el consejo de su padre.
—¡Nuestro padre es Abraham! —declararon.—No —respondió Jesús— pues, si realmente fueran hijos de Abraham, seguirÃan su ejemplo.
En cambio, procuran matarme porque les dije la verdad, la cual oà de Dios. Abraham nunca hizo algo asÃ.
No, ustedes imitan a su verdadero padre.—¡Nosotros no somos hijos ilegÃtimos! —respondieron—, Dios mismo es nuestro verdadero Padre.
Les digo la verdad, ¡todo el que obedezca mi enseñanza jamás morirá!
—Ahora estamos convencidos de que estás poseÃdo por un demonio —dijeron—. Hasta Abraham y los profetas murieron, pero tú dices: “¡El que obedezca mi enseñanza nunca morirá!â€.
Jesús contestó:—Si yo buscara mi propia gloria, esa gloria no tendrÃa ningún valor, pero es mi Padre quien me glorificará. Ustedes dicen: “Él es nuestro Diosâ€,
pero ni siquiera lo conocen. Yo sà lo conozco; y si dijera lo contrario, ¡serÃa tan mentiroso como ustedes! Pero lo conozco y lo obedezco.
Abraham, el padre de ustedes, se alegró mientras esperaba con ansias mi venida; la vio y se llenó de alegrÃa.
Entonces la gente le dijo:—Ni siquiera tienes cincuenta años. ¿Cómo puedes decir que has visto a Abraham?
Jesús contestó:—Les digo la verdad, ¡aun antes de que Abraham naciera, Yo Soy!
En ese momento, tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús desapareció de la vista de ellos y salió del templo.