Jesús dijo: «DÃganles a todos que se sienten». Asà que todos se sentaron sobre la hierba, en las laderas. (Solo contando a los hombres sumaban alrededor de cinco mil).
Entonces lo recibieron con entusiasmo en la barca, ¡y enseguida llegaron a su destino!
Al dÃa siguiente, la multitud que se habÃa quedado en la otra orilla del lago se dio cuenta de que los discÃpulos habÃan tomado la única barca y que Jesús no habÃa ido con ellos.
Varias barcas de Tiberias arribaron cerca del lugar donde el Señor habÃa bendecido el pan y la gente habÃa comido.
Cuando la multitud vio que ni Jesús ni sus discÃpulos estaban allÃ, subieron a las barcas y cruzaron el lago hasta Capernaúm para ir en busca de Jesús.
Lo encontraron al otro lado del lago y le preguntaron:—RabÃ, ¿cuándo llegaste acá?
Jesús les contestó:—Les digo la verdad, ustedes quieren estar conmigo porque les di de comer, no porque hayan entendido las señales milagrosas.
No se preocupen tanto por las cosas que se echan a perder, tal como la comida. Pongan su energÃa en buscar la vida eterna que puede darles el Hijo del Hombre. Pues Dios Padre me ha dado su sello de aprobación.
Por eso Jesús volvió a decir: «Les digo la verdad, a menos que coman la carne del Hijo del Hombre y beban su sangre, no podrán tener vida eterna en ustedes;
Yo vivo gracias al Padre viviente que me envió; de igual manera, todo el que se alimente de mà vivirá gracias a mÃ.
Yo soy el pan verdadero que descendió del cielo. El que coma de este pan no morirá —como les pasó a sus antepasados a pesar de haber comido el maná— sino que vivirá para siempre».
Jesús dijo esas cosas mientras enseñaba en la sinagoga de Capernaúm.
Muchos de sus discÃpulos decÃan: «Esto es muy difÃcil de entender. ¿Cómo puede alguien aceptarlo?».
Jesús estaba consciente de que sus discÃpulos se quejaban, asà que les dijo: «¿Acaso esto los ofende?