Al oÃrlo, Jesús quedó asombrado. Se dirigió a los que lo seguÃan y dijo: «Les digo la verdad, ¡no he visto una fe como esta en todo Israel!
Y les digo que muchos gentiles vendrán de todas partes del mundo —del oriente y del occidente— y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en la fiesta del reino del cielo.
Pero muchos israelitas —para quienes se preparó el reino— serán arrojados a la oscuridad de afuera, donde habrá llanto y rechinar de dientes».
Entonces Jesús le dijo al oficial romano: «Vuelve a tu casa. Debido a que creÃste, ha sucedido». Y el joven siervo quedó sano en esa misma hora.
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, la suegra de Pedro estaba enferma en cama con mucha fiebre.
Jesús le tocó la mano, y la fiebre se fue. Entonces ella se levantó y le preparó una comida.
Aquella noche, le llevaron a Jesús muchos endemoniados. Él expulsó a los espÃritus malignos con una simple orden y sanó a todos los enfermos.
Asà se cumplió la palabra del Señor por medio del profeta IsaÃas, quien dijo: «Se llevó nuestras enfermedades    y quitó nuestras dolencias».
Cuando Jesús vio a la multitud que lo rodeaba, dio instrucciones a sus discÃpulos de que cruzaran al otro lado del lago.
Jesús le respondió:—Los zorros tienen cuevas donde vivir y los pájaros tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene ni siquiera un lugar donde recostar la cabeza.
Otro de sus discÃpulos dijo:—Señor, deja que primero regrese a casa y entierre a mi padre.
Jesús le dijo:—SÃgueme ahora. Deja que los muertos espirituales entierren a sus muertos.
Luego Jesús entró en la barca y comenzó a cruzar el lago con sus discÃpulos.
De repente, se desató sobre el lago una fuerte tormenta, con olas que entraban en el barco; pero Jesús dormÃa.
Los discÃpulos fueron a despertarlo: —Señor, ¡sálvanos! ¡Nos vamos a ahogar! —gritaron.
Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, a la región de los gadarenos, dos hombres que estaban poseÃdos por demonios salieron a su encuentro. VivÃan en un cementerio y eran tan violentos que nadie podÃa pasar por esa zona.
Sucedió que a cierta distancia habÃa una gran manada de cerdos alimentándose.
Entonces los demonios suplicaron:—Si nos echas afuera, envÃanos a esa manada de cerdos.
—Muy bien, ¡vayan! —les ordenó Jesús.Entonces los demonios salieron de los hombres y entraron en los cerdos, y toda la manada se lanzó al lago por el precipicio y se ahogó en el agua.
Los hombres que cuidaban los cerdos huyeron a la ciudad cercana y contaron a todos lo que habÃa sucedido con los endemoniados.
Entonces toda la ciudad salió al encuentro de Jesús, pero le rogaron que se fuera y los dejara en paz.