Cuando recibieron la paga, protestaron contra el propietario:
“Aquellos trabajaron solo una hora, sin embargo, se les ha pagado lo mismo que a nosotros, que trabajamos todo el dÃa bajo el intenso calorâ€.
ȃl le respondió a uno de ellos: “Amigo, ¡no he sido injusto! ¿Acaso tú no acordaste conmigo que trabajarÃas todo el dÃa por el salario acostumbrado?
Toma tu dinero y vete. Quise pagarle a este último trabajador lo mismo que a ti.
¿Acaso es contra la ley que yo haga lo que quiero con mi dinero? ¿Te pones celoso porque soy bondadoso con otros?â€.
»Asà que los que ahora son últimos, ese dÃa serán los primeros, y los primeros serán los últimos.
Entonces la madre de Santiago y de Juan, hijos de Zebedeo, se acercó con sus hijos a Jesús. Se arrodilló respetuosamente para pedirle un favor.
—¿Cuál es tu petición? —le preguntó Jesús.La mujer contestó:—Te pido, por favor, que permitas que, en tu reino, mis dos hijos se sienten en lugares de honor a tu lado, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Jesús les respondió:—¡No saben lo que piden! ¿Acaso pueden beber de la copa amarga de sufrimiento que yo estoy a punto de beber?—Claro que sà —contestaron ellos—, ¡podemos!
Cuando los otros diez discÃpulos oyeron lo que Santiago y Juan habÃan pedido, se indignaron.
Asà que Jesús los reunió a todos y les dijo: «Ustedes saben que los gobernantes de este mundo tratan a su pueblo con prepotencia y los funcionarios hacen alarde de su autoridad frente a los súbditos.
Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser lÃder entre ustedes deberá ser sirviente,
y el que quiera ser el primero entre ustedes deberá convertirse en esclavo.
Pues ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos».
Mientras Jesús y sus discÃpulos salÃan de la ciudad de Jericó, una gran multitud los seguÃa.
Dos hombres ciegos estaban sentados junto al camino. Cuando oyeron que Jesús venÃa en dirección a ellos, comenzaron a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!».
«¡Cállense!», les gritó la multitud.Sin embargo, los dos ciegos gritaban aún más fuerte: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!».