¡Escucha, pueblo de Israel! Oye este canto fúnebre que entono:
«¡La virgen Israel ha caÃdo,    nunca volverá a levantarse! Yace abandonada en el suelo    y no hay quien la levante».
El Señor Soberano dice: «Cuando una ciudad mande a mil hombres a la guerra,    solo volverán cien. Cuando un pueblo envÃe a cien,    solo diez regresarán vivos».
Ahora bien, esto es lo que el Señor dice a la familia de Israel: «¡Vuelvan a buscarme y vivan!
No adoren en los altares paganos en Betel;    no vayan a los altares en Gilgal ni en Beerseba. Pues el pueblo de Gilgal será arrastrado al destierro    y el pueblo de Betel será reducido a nada».
Con poder y deslumbrante velocidad destruye a los poderosos    y aplasta todas sus defensas.
¡Cómo odian ustedes a los jueces honestos!    ¡Cómo desprecian a los que dicen la verdad!
Pisotean a los pobres,    robándoles el grano con impuestos y rentas injustas. Por lo tanto, aunque construyan hermosas casas de piedra,    nunca vivirán en ellas. Aunque planten viñedos exuberantes,    nunca beberán su vino.
Pues yo conozco la enorme cantidad de sus pecados    y la profundidad de sus rebeliones. Ustedes oprimen a los buenos al aceptar sobornos    y privan al pobre de la justicia en los tribunales.
Asà que los que son listos permanecerán con la boca cerrada,    porque es un tiempo malo.
En ese dÃa ustedes serán como un hombre que huye de un león,    solo para encontrarse con un oso. Y, al escapar del oso, apoya su mano contra una pared en su casa    y lo muerde una serpiente.
Asà es, el dÃa del Señor será oscuro y sin remedio,    sin un rayo de alegrÃa ni esperanza.
«Odio todos sus grandes alardes y pretensiones,    la hipocresÃa de sus festivales religiosos y asambleas solemnes.