Pues no hay grano ni vino    para ofrecer en el templo del Señor. Por eso los sacerdotes están de luto;    los ministros del Señor están llorando.
Los campos están arruinados,    la tierra quedó desnuda. El grano está destruido,    las uvas se secaron    y se acabó el aceite de oliva.
Se secaron las vides    y se marchitaron las higueras. Los granados, las palmeras y los manzanos    —todos los árboles frutales— se secaron.    Y la alegrÃa de la gente se marchitó con ellos.
Ustedes sacerdotes, ¡vÃstanse de tela áspera y lloren!    ¡Giman, ustedes, los que sirven ante el altar! Vengan, pasen la noche vestidos de tela áspera,    ustedes, ministros de mi Dios. Pues no hay grano ni vino    para ofrecer en el templo de su Dios.
La comida desaparece delante de nuestros ojos.    Ya no hay celebraciones de júbilo en la casa de nuestro Dios.
Las semillas mueren en la tierra reseca    y las cosechas de grano se pierden. Los establos están vacÃos    y los graneros abandonados.
¡Cómo braman de hambre los animales!    Las manadas de ganado vagan desorientadas porque no encuentran pasto.    Los rebaños de ovejas y cabras gimen en su sufrimiento.
¡Señor, ayúdanos! El fuego ha devorado los pastos del desierto    y las llamas han consumido todos los árboles.
Hasta los animales salvajes claman a ti    porque los arroyos se secaron    y el fuego ha devorado los pastos del desierto.