Su cuerpo tenÃa el aspecto de una piedra preciosa. Su cara destellaba como un rayo y sus ojos ardÃan como antorchas. Sus brazos y sus pies brillaban como el bronce pulido y su voz era como el bramido de una enorme multitud.
Sólo yo, Daniel, vi esta visión. Los hombres que estaban conmigo no vieron nada, pero de pronto tuvieron mucho miedo y corrieron a esconderse.
Entonces dijo: «No tengas miedo, Daniel. Desde el primer dÃa que comenzaste a orar para recibir entendimiento y a humillarte delante de tu Dios, tu petición fue escuchada en el cielo. He venido en respuesta a tu oración;
¿Cómo podrÃa alguien como yo, tu siervo, hablar contigo, mi señor? Mis fuerzas se han ido y apenas puedo respirar.
Entonces el que se parecÃa a un hombre volvió a tocarme y sentà que recuperaba mis fuerzas.
—No tengas miedo —dijo—, porque eres muy precioso para Dios. ¡Que tengas paz, ánimo y fuerza!Mientras me decÃa estas palabras, de pronto me sentà más fuerte y le dije:—Por favor, háblame, señor mÃo, porque me has fortalecido.