Entonces el Señor dijo con voz de trueno: «¡Traigan a los hombres designados para castigar la ciudad! ¡DÃganles que vengan con sus armas!».
Pronto entraron seis hombres por la puerta superior que da al norte y cada uno llevaba un arma mortal en la mano. Con ellos habÃa un hombre vestido de lino, que llevaba un estuche de escriba en la cintura. Todos se dirigieron al atrio del templo y se pusieron de pie junto al altar de bronce.
Entonces la gloria del Dios de Israel se elevó de entre los querubines, donde habÃa reposado, y se movió hacia la entrada del templo. Luego el Señor llamó al hombre vestido de lino, que llevaba el estuche de escriba.
Luego oà al Señor decir a los demás hombres: «SÃganlo por toda la ciudad y maten a todos los que no tengan la marca en la frente. ¡No tengan compasión! ¡No tengan lástima de nadie!
Mátenlos a todos: ancianos, jóvenes, muchachas, mujeres y niños. Sin embargo, no toquen a ninguno que tenga la marca. Comiencen aquà mismo, en el templo». Entonces ellos comenzaron matando a los setenta lÃderes.
«¡Contaminen el templo! —mandó el Señor—. Llenen los atrios con cadáveres. ¡Vayan!». Entonces ellos salieron y comenzaron la masacre por toda la ciudad.
Me contestó:—Los pecados del pueblo de Israel y Judá son muy, pero muy grandes. La tierra está llena de homicidios; la ciudad está colmada de injusticia. Ellos dicen: “¡El Señor no lo ve! ¡El Señor ha abandonado esta tierra!â€.