«Hijo de hombre, esto dice el Señor Soberano a Israel: »¡Ya llegó el fin!    Dondequiera que mires —al oriente, al occidente, al norte o al sur—    tu tierra está acabada.
»Esto dice el Señor Soberano: ¡Desastre tras desastre    se te acerca!
El fin ha llegado.    Finalmente llegó.    ¡Te espera la condenación final!
Oh pueblo de Israel, ya amanece el dÃa de tu destrucción.    Ha llegado la hora; está cerca el dÃa de dificultad. En las montañas se oirán gritos de angustia,    no serán gritos de alegrÃa.
»¡El dÃa del juicio ha llegado;    tu destrucción está a la puerta! La perversidad y la soberbia de la gente    han florecido en pleno.
La violencia de ellos se ha transformado en una vara    que los azotará por su perversidad. Ninguno de esos orgullosos y perversos sobrevivirá.    Toda su riqueza y prestigio se esfumará.
Aunque los mercaderes sobrevivan,    jamás regresarán a sus negocios. Pues lo que Dios ha dicho se aplica a todos sin excepción,    ¡no se cambiará! Ninguna persona que viva descarriada por el pecado    se recuperará jamás.
Se vestirán de tela áspera;    el horror y la vergüenza los cubrirán. Se afeitarán la cabeza    en señal de dolor y remordimiento.
»Arrojarán su dinero a la calle,    lo tirarán como si fuera basura. Ni su oro ni su plata los salvará    cuando llegue ese dÃa del enojo del Señor. No los saciarán ni los alimentarán,    porque su avaricia solo los hace tropezar.
El terror y el temblor se apoderarán de mi pueblo.    Buscarán paz, pero no la encontrarán.
Habrá calamidad tras calamidad;    un rumor seguirá a otro rumor. En vano buscarán    una visión de los profetas. No recibirán enseñanza de los sacerdotes    ni consejo de los lÃderes.