Toda la fuerza de Israel    desaparece ante su ira feroz. El Señor ha retirado su protección    durante el ataque del enemigo. Él consume toda la tierra de Israel    como un fuego ardiente.
Derribó su templo    como si fuera apenas una choza en el jardÃn. El Señor ha borrado todo recuerdo    de los festivales sagrados y los dÃas de descanso. Ante su ira feroz    reyes y sacerdotes caen juntos.
Claman a sus madres:    «¡Necesitamos comida y bebida!». Sus vidas se extinguen en las calles    como la de un guerrero herido en la batalla; intentan respirar para mantenerse vivos    mientras desfallecen en los brazos de sus madres.
Todos tus enemigos se burlan de ti;    se mofan, gruñen y dicen: «¡Por fin la hemos destruido!    ¡Hace mucho que esperábamos este dÃa,    y por fin llegó!».
«¡Oh Señor, piensa en esto!    ¿Debieras tratar a tu propio pueblo de semejante manera? ¿Habrán de comerse las madres a sus propios hijos,    a quienes mecieron en sus rodillas? ¿Habrán de ser asesinados los sacerdotes y los profetas    dentro del templo del Señor?
»Mira cómo yacen en las calles,    jóvenes y viejos, niños y niñas,    muertos por la espada del enemigo. Los mataste en tu enojo,    los masacraste sin misericordia.