¡Si tan solo mi cabeza fuera una laguna    y mis ojos una fuente de lágrimas, llorarÃa dÃa y noche    por mi pueblo que ha sido masacrado!
DesearÃa poder marcharme y olvidarme de mi pueblo    y vivir en una choza para viajeros en el desierto. Pues todos ellos son adúlteros,    una banda de mentirosos traicioneros.
«Mi pueblo encorva sus lenguas como arcos    para lanzar mentiras. Se rehúsan a defender la verdad;    solo van de mal en peor. Ellos no me conocen    —dice el Señor—.
»¡Cuidado con tu vecino,    ni siquiera confÃes en tu hermano! Pues un hermano saca ventaja de su hermano,    y un amigo calumnia a su amigo.
Todos se engañan y se estafan entre sÃ;    ninguno dice la verdad. Con la lengua, entrenada a fuerza de práctica, dicen mentiras;    pecan hasta el cansancio.
Amontonan mentira sobre mentira    y rechazan por completo reconocerme»,    dice el Señor.
Esto dice el Señor: «No dejen que el sabio se jacte de su sabidurÃa,    o el poderoso, de su poder,    o el rico, de sus riquezas.
Pero los que desean jactarse    que lo hagan solamente en esto: en conocerme verdaderamente y entender que yo soy el Señor    quien demuestra amor inagotable,    y trae justicia y rectitud a la tierra, y que me deleito en estas cosas.    ¡Yo, el Señor, he hablado!