«¡Preparen sus escudos    y avancen a la batalla!
Ensillen los caballos,    y monten los sementales. Tomen sus posiciones    y pónganse los cascos. Afilen las lanzas    y preparen sus armaduras.
El corredor más veloz no puede huir;    los guerreros más poderosos no pueden escapar. En el norte, junto al rÃo Éufrates    tropiezan y caen.
¡A la carga, caballos y carros de guerra;    ataquen, poderosos guerreros de Egipto! ¡Vengan, todos ustedes aliados de EtiopÃa, Libia y Lidia    que son hábiles con el escudo y el arco!
Sube a Galaad en busca de medicina,    ¡oh virgen hija de Egipto! Pero tus muchos tratamientos    no te devolverán la salud.
Las naciones han oÃdo de tu vergüenza.    La tierra está llena de tus gritos de desesperación. Tus guerreros más poderosos chocarán unos contra otros    y caerán juntos».
Entonces el profeta JeremÃas recibió del Señor el siguiente mensaje acerca de los planes de Nabucodonosor para atacar Egipto.
«¡GrÃtenlo en Egipto!    ¡PublÃquenlo en las ciudades de Migdol, Menfis y Tafnes! MovilÃcense para la batalla,    porque la espada devorará a todos los que están a su alrededor.
Tropiezan y caen unos sobre otros    y se dicen entre sÃ: “Vamos, volvamos a nuestra gente,    a la tierra donde nacimos.    ¡Huyamos de la espada del enemigo!â€.
Allà dirán:    “¡El faraón, rey de Egipto, es un bocón    que perdió su oportunidad!â€.
¡Hagan las maletas! ¡Prepárense para ir al destierro,    ustedes ciudadanos de Egipto! La ciudad de Menfis será destruida,    quedará sin un solo habitante.
Egipto es tan hermoso como una joven novilla,    ¡pero el tábano del norte ya está en camino!
Egipto huye, silencioso como serpiente que se desliza.    Los soldados invasores avanzan;    se enfrentan a ella con hachas como si fueran leñadores.
Cortarán a su pueblo como se talan los árboles —dice el Señor—,    porque son más numerosos que las langostas.
Egipto será humillado,    será entregado en manos de la gente del norte».