«¡Oh, Israel! ¿No puedo hacer contigo lo mismo que hizo el alfarero con el barro? De la misma manera que el barro está en manos del alfarero, asà estás en mis manos.
Si anuncio que voy a desarraigar, a derribar y a destruir a cierta nación o a cierto reino,
Sin embargo, el pueblo respondió: «No gastes saliva. Continuaremos viviendo como se nos antoja y con terquedad seguiremos nuestros propios malos deseos».
Asà que esto dice el Señor: «¿Acaso alguien ha oÃdo semejante cosa,    aun entre las naciones paganas? ¡Israel, mi hija virgen,    ha hecho algo terrible!
¿Acaso la nieve desaparece de las cumbres del LÃbano?    ¿Quedan secos los arroyos helados que fluyen de esas montañas distantes?
Pero mi pueblo no es confiable, porque me ha abandonado;    quema incienso a Ãdolos inútiles. Tropezó y salió de los caminos antiguos    y anduvo por senderos llenos de lodo.
Por lo tanto, su tierra quedará desolada,    será un monumento a su necedad. Todos los que pasen por allà quedarán pasmados    y menearán la cabeza con asombro.
¡Asà que deja que sus hijos se mueran de hambre!    ¡Deja que mueran a espada! Que sus esposas se conviertan en viudas, sin hijos.    ¡Que sus ancianos se mueran por una plaga    y que sus jóvenes sean muertos en batalla!
Que se escuchen gritos de dolor desde sus casas    cuando los guerreros caigan súbitamente sobre ellos. Pues han cavado una fosa para mà    y han escondido trampas a lo largo de mi camino.
Señor, tú conoces todos sus planes para matarme.    No perdones sus crÃmenes ni borres sus pecados; que caigan muertos ante de ti.    En tu enojo encárgate de ellos.