Los nobles envÃan a sus sirvientes a buscar agua    pero los pozos están secos. Confundidos y desesperados, los siervos regresan    con sus cántaros vacÃos,    y con sus cabezas cubiertas en señal de dolor.
Aun la cierva abandona su crÃa    porque no hay pasto en el campo.
Los burros salvajes se paran sobre las lomas desiertas    jadeando como chacales sedientos. Fuerzan la vista en busca de hierba,    pero no la hay por ninguna parte».
La gente dice: «Nuestra maldad nos alcanzó, Señor,    pero ayúdanos por el honor de tu propia fama. Nos alejamos de ti    y pecamos contra ti una y otra vez.
Ahora bien, JeremÃas, diles esto: »“Mis ojos derraman lágrimas dÃa y noche.    No puedo dejar de llorar porque mi hija virgen —mi pueblo precioso—    ha sido derribada    y yace herida de muerte.
Si salgo al campo,    veo los cuerpos masacrados por el enemigo. Si camino por las calles de la ciudad    veo gente muerta por el hambre. Los profetas y los sacerdotes continúan con su trabajo    pero no saben lo que hacenâ€.
¿Puede alguno de los inútiles dioses ajenos enviarnos lluvia?    ¿O acaso cae del cielo por sà misma? No, tú eres el único, ¡oh Señor nuestro Dios!    Solo tú puedes hacer tales cosas.    Entonces esperaremos que nos ayudes.