«Estuve pisando el lagar yo solo;    no habÃa nadie allà para ayudarme. En mi enojo, he pisado a mis enemigos    como si fueran uvas. En mi furia he pisado a mis adversarios;    su sangre me ha manchado la ropa.
Ha llegado la hora de cobrar venganza por mi pueblo; Â Â Â de rescatar a mi pueblo de sus opresores.
Estaba asombrado al ver que nadie intervenÃa    para ayudar a los oprimidos. Asà que yo mismo me interpuse para salvarlos con mi brazo fuerte,    y mi ira me sostuvo.
¿Dónde está el que los hizo pasar por el fondo del mar?    Eran como magnÃficos sementales    que corrÃan por el desierto sin tropezar.
Al igual que el ganado que desciende a un valle pacÃfico,    el EspÃritu del Señor les daba descanso. Tú guiaste a tu pueblo, Señor,    y te ganaste una magnÃfica reputación».
Señor, mira desde el cielo;    mÃranos desde tu santo y glorioso hogar. ¿Dónde están la pasión y el poder    que solÃas manifestar a nuestro favor?    ¿Dónde están tu misericordia y tu compasión?
¡Ciertamente tú sigues siendo nuestro Padre!    Aunque Abraham y Jacob nos desheredaran, tú, Señor, seguirÃas siendo nuestro Padre.    Tú eres nuestro Redentor desde hace siglos.