Las manos de ustedes son manos de asesinos,    y tienen los dedos sucios de pecado. Sus labios están llenos de mentiras    y su boca vomita corrupción.
Incuban serpientes mortales    y tejen telas de araña. El que caiga en sus telarañas morirá,    y aun acercarse a ellas será peligroso.
Con sus telas de araña no se puede hacer ropa    y nada de lo que ellos hacen es útil. Todo lo que hacen está lleno de pecado,    y la violencia es su sello caracterÃstico.
Sus pies corren para hacer lo malo    y se apresuran a matar. Solo piensan en pecar;    siempre hay sufrimiento y destrucción en sus caminos.
Por eso no hay justicia entre nosotros    y no sabemos nada acerca de vivir con rectitud. Buscamos luz, pero solo encontramos oscuridad;    buscamos cielos radiantes, pero caminamos en tinieblas.
Andamos a tientas, como los ciegos junto a una pared,    palpando para encontrar el camino, como la gente que no tiene ojos. Hasta en lo más radiante del mediodÃa,    tropezamos como si estuviera oscuro. Entre los vivos,    somos como los muertos.
Gruñimos como osos hambrientos;    gemimos como el arrullo lastimero de las palomas. Buscamos la justicia, pero nunca llega;    buscamos el rescate, pero está muy lejos de nosotros.
Pues nuestros pecados se han acumulado ante Dios    y testifican en contra de nosotros.    Asà es, sabemos muy bien lo pecadores que somos.
Nuestros tribunales se oponen a los justos,    y no se encuentra justicia por ninguna parte. La verdad tropieza por las calles    y la honradez ha sido declarada ilegal.
SÃ, la verdad ha desaparecido    y se ataca a todo el que abandona la maldad. El Señor miró y le desagradó    descubrir que no habÃa justicia.
Se puso la justicia como coraza    y se colocó en la cabeza el casco de salvación. Se vistió con una túnica de venganza    y se envolvió en un manto de pasión divina.
Él pagará a sus enemigos por sus malas obras    y su furia caerá sobre sus adversarios;    les dará su merecido hasta los confines de la tierra.
»Y este es mi pacto con ellos —dice el Señor—. Mi EspÃritu no los dejará, ni tampoco estas palabras que les he dado. Estarán en sus labios y en los labios de sus hijos, y de los hijos de sus hijos, para siempre. ¡Yo, el Señor, he hablado!