Aró la tierra, le quitó las piedras    y sembró en ella las mejores vides. En medio de su viña construyó una torre de vigilancia    y talló un lagar en las rocas cercanas. Luego esperó una cosecha de uvas dulces,    pero las uvas que crecieron eran amargas.
Por lo tanto, mi pueblo irá al destierro muy lejos    porque no me conoce. La gente importante y los que reciben honra se morirán de hambre,    y la gente común morirá de sed.
La tumba se relame de expectativa    y abre bien grande la boca. Los importantes y los humildes,    y la turba de borrachos, todos serán devorados.
La humanidad será destruida y la gente derribada;    hasta los arrogantes bajarán la mirada con humildad.
Por eso el enojo del Señor arde contra su pueblo    y ha levantado el puño para aplastarlo. Los montes tiemblan    y los cadáveres de su pueblo están tirados por las calles como basura. Pero aun asÃ, el enojo del Señor no está satisfecho.    ¡Su puño todavÃa está listo para asestar el golpe!
No se cansarán, ni tropezarán.    No se detendrán para descansar ni para dormir. Nadie tendrá flojo el cinturón    ni rotas las correas de ninguna sandalia.
Sus flechas estarán afiladas    y sus arcos listos para la batalla. De los cascos de sus caballos saltarán chispas,    y las ruedas de sus carros de guerra girarán como un torbellino.
Rugirán como leones,    como los más fuertes entre los leones. Se lanzarán gruñendo sobre sus vÃctimas y se las llevarán,    y no habrá nadie para rescatarlas.
Rugirán sobre sus vÃctimas en aquel dÃa de destrucción,    como el rugido del mar. Si alguien extiende su mirada por toda la tierra,    solo verá oscuridad y angustia;    hasta la luz quedará oscurecida por las nubes.