«Escuchen en silencio ante mÃ, tierras más allá del mar.    Traigan sus argumentos más convincentes. Vengan ahora y hablen;    el tribunal está listo para oÃr su caso.
»¿Ves? Todos tus furiosos enemigos están allà tendidos,    confundidos y humillados. Todo el que se te oponga morirá    y quedará en la nada.
Buscarás en vano    a los que trataron de conquistarte. Los que te ataquen    quedarán en la nada.
Pues yo te sostengo de tu mano derecha;    yo, el Señor tu Dios. Y te digo:    “No tengas miedo, aquà estoy para ayudarte.
Serás un nuevo instrumento para trillar,    con muchos dientes afilados. Despedazarás a tus enemigos,    convirtiendo a los montes en paja.
Los lanzarás al aire    y el viento se los llevará;    un remolino los esparcirá. Entonces te alegrarás en el Señor;    te gloriarás en el Santo de Israel.
Lo hago para que todos los que vean este milagro    comprendan lo que significa: que el Señor es quien lo ha hecho,    el Santo de Israel lo ha creado.
»Expongan el caso de sus Ãdolos    —dice el Señor—. Que demuestren lo que pueden hacer    —dice el Rey de Israel—.
Que intenten decirnos lo que sucedió hace mucho tiempo,    para que podamos examinar las pruebas. O que nos digan lo que nos depara el futuro,    para que podamos saber lo que sucederá.
SÃ, dÃgannos lo que ocurrirá en los próximos dÃas.    Entonces sabremos que ustedes son dioses. ¡Por lo menos hagan algo, bueno o malo!    Hagan algo que nos asombre y nos atemorice.
¡Pero no! Ustedes son menos que nada y no pueden hacer nada en absoluto.    Quienes los escogen se contaminan a sà mismos.