¡He entrado en mi jardÃn, tesoro mÃo, esposa mÃa!    Recojo mirra entre mis especias, y disfruto del panal con mi miel    y bebo vino con mi leche.
Yo dormÃa, pero mi corazón estaba atento,    cuando oà que mi amante tocaba a la puerta y llamaba: «Ãbreme, tesoro mÃo, amada mÃa,    mi paloma, mi mujer perfecta. Mi cabeza está empapada de rocÃo,    mi cabello, con la humedad de la noche».
Los guardias nocturnos me encontraron    mientras hacÃan sus rondas. Me golpearon y me lastimaron    y me arrancaron el velo,    aquellos guardias del muro.