la mano del Señor herirá a todos tus animales —caballos, burros, camellos, ganado, ovejas y cabras— con una plaga mortal.
Sin embargo, el Señor nuevamente hará una distinción entre los animales de los israelitas y entre los de los egipcios. ¡No morirá ni un solo animal de Israel!
El Señor ya determinó cuándo comenzará la plaga; ha declarado que mañana mismo herirá la tierraâ€Â».
Asà que el Señor hizo tal como habÃa dicho. A la mañana siguiente, todos los animales de los egipcios murieron, pero los israelitas no perdieron ni un solo animal.
Entonces el faraón envió a sus funcionarios a investigar, ¡y comprobaron que los israelitas no habÃan perdido ni uno de sus animales! Pero aun asÃ, el corazón del faraón siguió obstinado, y una vez más se negó a dejar salir al pueblo.
La ceniza se esparcirá como polvo fino sobre toda la tierra de Egipto y provocará llagas purulentas en las personas y en los animales por todo el territorio».
A estas alturas, bien podrÃa haber ya extendido mi mano y haberte herido a ti y a tu pueblo con una plaga capaz de exterminarlos de la faz de la tierra.
Sin embargo, te he perdonado la vida con un propósito: mostrarte mi poder y dar a conocer mi fama por toda la tierra.
Pero todavÃa actúas como señor y dueño de mi pueblo, te niegas a dejarlo salir.
¡Rápido! Manda que tus animales y tus siervos regresen del campo para ponerse a salvo. Cualquier persona o animal que quede afuera morirá cuando caiga el granizo’â€Â».
Algunos de los funcionarios del faraón tuvieron miedo, debido a lo que el Señor habÃa dicho, y enseguida hicieron regresar a los siervos y al ganado de los campos;
pero los que no hicieron caso a la palabra del Señor dejaron a los suyos en la intemperie.
Nunca en toda la historia de Egipto hubo una tormenta igual, con rayos sin parar y con un granizo tan devastador.
Dejó a Egipto totalmente en ruinas. El granizo destruyó todo lo que habÃa en campo abierto: personas, animales y plantas por igual; hasta los árboles quedaron destrozados.