«¡Si tan solo el Señor nos hubiera matado en Egipto! —protestaban—. Allá nos sentábamos junto a las ollas llenas de carne y comÃamos todo el pan que se nos antojaba; pero ahora tú nos has traÃdo a este desierto para matarnos de hambre».
«He oÃdo las quejas de los israelitas. Ahora diles: “Por la tarde tendrán carne para comer, y por la mañana tendrán todo el pan que deseen. Asà ustedes sabrán que yo soy el Señor su Diosâ€Â».
Esa tarde, llegó una cantidad enorme de codornices que cubrieron el campamento, y a la mañana siguiente los alrededores del campamento estaban húmedos de rocÃo.
Cuando el rocÃo se evaporó, la superficie del desierto quedó cubierta por copos de una sustancia hojaldrada y fina como escarcha.
Estas son las instrucciones del Señor: cada grupo familiar juntará todo lo que necesite. Recojan dos kilos por cada persona en su carpa».
Asà que los israelitas hicieron lo que se les dijo. Algunos recogieron mucho; otros, solo un poco.
Pero cuando lo midieron, cada uno tenÃa lo justo y necesario. A los que recogieron mucho no les sobraba, y a los que recogieron poco no les faltaba. Cada familia tuvo justo lo que necesitaba.
Él les dijo: «Esto es lo que el Señor ha ordenado: “Mañana será un dÃa de descanso absoluto, un dÃa sagrado de descanso, reservado para el Señor. Asà que horneen o hiervan hoy todo lo que necesiten y guarden para mañana lo que les sobreâ€Â».
Y los israelitas comieron maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a la tierra donde se establecerÃan. Comieron maná hasta que llegaron a la frontera de la tierra de Canaán.