historias que hemos oÃdo y conocido, Â Â Â que nos trasmitieron nuestros antepasados.
No les ocultaremos estas verdades a nuestros hijos;    a la próxima generación le contaremos de las gloriosas obras del Señor,    de su poder y de sus imponentes maravillas.
Pues emitió sus leyes a Jacob;    entregó sus enseñanzas a Israel. Les ordenó a nuestros antepasados    que se las enseñaran a sus hijos,
para que la siguiente generación las conociera    —incluso los niños que aún no habÃan nacido—,    y ellos, a su vez, las enseñarán a sus propios hijos.
De modo que cada generación volviera a poner su esperanza en Dios    y no olvidara sus gloriosos milagros,    sino que obedeciera sus mandamientos.
Entonces no serán obstinados, rebeldes e infieles    como sus antepasados,    quienes se negaron a entregar su corazón a Dios.
Los guerreros de EfraÃn, aunque estaban armados con arcos, Â Â Â dieron la espalda y huyeron el dÃa de la batalla.
No cumplieron el pacto de Dios    y se negaron a vivir según sus enseñanzas.
Los protegió para que no tuvieran temor,    en cambio, sus enemigos quedaron cubiertos por el mar.
Los llevó a la frontera de la tierra santa,    a la tierra de colinas que habÃa conquistado para ellos.
A su paso expulsó a las naciones de esa tierra,    la cual repartió por sorteo a su pueblo como herencia    y estableció a las tribus de Israel en sus hogares.
En cambio, eligió a la tribu de Judá,    y al monte Sión, al cual amaba.
Allà construyó su santuario tan alto como los cielos,    tan sólido y perdurable como la tierra.
Escogió a su siervo David    y lo llamó del redil.
Tomó a David de donde cuidaba a las ovejas y a los corderos    y lo convirtió en pastor de los descendientes de Jacob:    de Israel, el pueblo de Dios;
lo cuidó con sinceridad de corazón    y lo dirigió con manos diestras.