Oh Señor, clamo a ti. ¡Por favor, apresúrate!    ¡Escucha cuando clamo a ti por ayuda!
Acepta como incienso la oración que te ofrezco,    y mis manos levantadas, como una ofrenda vespertina.
Toma control de lo que digo, oh Señor,    y guarda mis labios.
No permitas que me deslice hacia el mal    ni que me involucre en actos perversos. No me dejes participar de los manjares    de quienes hacen lo malo.
¡Deja que los justos me golpeen!    ¡Será un acto de bondad! Si me corrigen, es un remedio calmante;    no permitas que lo rechace. Pero oro constantemente    en contra de los perversos y de lo que hacen.
Cuando a sus lÃderes los arrojen por un acantilado,    los perversos escucharán mis palabras y descubrirán que son verdad.
Como las piedras que levanta el arado,    los huesos de los perversos quedarán esparcidos, sin que nadie los entierre.
Busco tu ayuda, oh Señor Soberano.    Tú eres mi refugio; no dejes que me maten.
LÃbrame de las trampas que me han tendido    y de los engaños de los que hacen el mal.