En esa tierra todavÃa habÃa habitantes que no eran israelitas, entre los cuales se encontraban hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos.
Todos ellos eran descendientes de las naciones que el pueblo de Israel no habÃa destruido. Entonces Salomón les impuso trabajo forzado y los hizo parte de sus trabajadores, y en esa condición trabajan hasta el dÃa de hoy;
Salomón trasladó a su esposa, la hija del faraón, de la Ciudad de David al palacio nuevo que le habÃa edificado, y dijo: «Mi esposa no debe vivir en el palacio del rey David, porque allà ha estado el arca del Señor y es tierra santa».
Luego Salomón presentó ofrendas quemadas al Señor sobre el altar que le habÃa construido frente a la antesala del templo.
Salomón no se desvió en absoluto de las órdenes de David respecto a los sacerdotes, los levitas y los tesoros.
Asà Salomón se aseguró de que todo el trabajo relacionado con la construcción del templo del Señor se llevara a cabo, desde el dÃa en que se echaron los cimientos hasta el dÃa en que se terminó.
Hiram le envió barcos comandados por sus propios oficiales y tripulados por marineros expertos. Estos barcos navegaron hasta Ofir con los hombres de Salomón y regresaron con unas quince mil toneladas de oro, que entregaron a Salomón.