Luego fue quitado por el rey de Egipto, quien exigió que Judá pagara un tributo de tres mil cuatrocientos kilos de plata, y treinta y cuatro kilos de oro.
Repetidas veces el Señor, Dios de sus antepasados, envió a sus profetas para advertirles, porque tenÃa compasión de su pueblo y de su templo.
Sin embargo, el pueblo se mofaba de estos mensajeros de Dios y despreciaba sus palabras. Se burlaron con desprecio de los profetas hasta que el enojo del Señor no pudo ser contenido y ya no se podÃa hacer nada.
El rey se llevó a Babilonia todos los objetos, grandes y pequeños, que se usaban en el templo de Dios, y los tesoros tanto del templo del Señor como del palacio del rey y de sus funcionarios.
Se llevaron desterrados a Babilonia a los pocos sobrevivientes, y se convirtieron en sirvientes del rey y sus hijos hasta que el reino de Persia llegó al poder.
Asà se cumplió el mensaje del Señor anunciado por medio de JeremÃas. La tierra finalmente disfrutó de su tiempo de descanso, y quedó desolada hasta que se cumplieron los setenta años, tal como el profeta habÃa dicho.
En el primer año de Ciro, rey de Persia, el Señor cumplió la profecÃa que habÃa dado por medio de JeremÃas. Movió el corazón de Ciro a poner por escrito el siguiente edicto y enviarlo a todo el reino: