Joás hizo lo que era agradable a los ojos del Señor mientras vivió el sacerdote Joiada.
Joiada eligió dos esposas para Joás, y tuvo hijos e hijas.
En un momento dado, Joás decidió reparar y restaurar el templo del Señor.
Mandó llamar a los sacerdotes y a los levitas y les dio las siguientes instrucciones: «Vayan a todas las ciudades de Judá y recojan las ofrendas requeridas anualmente, para que podamos reparar el templo de su Dios. ¡No se demoren!»; pero los levitas no actuaron de inmediato.
Esto agradó a todos los lÃderes y al pueblo, y con gusto llevaron su dinero y lo pusieron en el cofre hasta llenarlo.
Cada vez que el cofre se llenaba, los levitas lo llevaban a los funcionarios del rey. Entonces se presentaban el secretario de la corte y un oficial del sumo sacerdote para vaciar el cofre y luego llevarlo de regreso al templo. Asà fue dÃa tras dÃa, por lo tanto, se recogió una gran cantidad de dinero.
Los hombres que estaban a cargo de la restauración trabajaron arduamente y la obra siguió progresando. Restauraron el templo de Dios de acuerdo con el diseño original y lo reforzaron.
Cuando terminaron con todas las reparaciones, llevaron el dinero que sobró al rey y a Joiada. Este dinero se utilizó para hacer diversos objetos para el templo del Señor: objetos para los servicios de adoración y para las ofrendas quemadas, entre ellos cucharones y otros objetos hechos de oro y de plata. Mientras vivió el sacerdote Joiada, continuamente sacrificaron ofrendas quemadas en el templo del Señor.
Joiada vivió hasta una edad muy avanzada y finalmente murió a los ciento treinta años.
Lo enterraron con los reyes en la Ciudad de David, porque habÃa hecho mucho bien en Israel para Dios y su templo.
Entonces los lÃderes tramaron matar a ZacarÃas, y el rey Joás ordenó que lo mataran a pedradas en el atrio del templo del Señor.
Asà fue como el rey Joás pagó a Joiada por su lealtad: mató a su hijo. Las últimas palabras de ZacarÃas al morir fueron: «¡Que el Señor vea lo que ellos hacen y vengue mi muerte!».
Los arameos se retiraron y dejaron a Joás gravemente herido, pero sus propios oficiales conspiraron para matarlo por haber asesinado al hijo de Joiada, el sacerdote; lo asesinaron mientras estaba en su cama. Luego lo enterraron en la Ciudad de David, pero no en el cementerio de los reyes.
Los asesinos eran Josacar, hijo de una mujer amonita llamada Simeat, y Jozabad, hijo de una mujer moabita llamada Somer.