—¿Irás conmigo contra Ramot de Galaad? —preguntó el rey Acab de Israel al rey Josafat de Judá.—¡Por supuesto! —contestó Josafat—. Tú y yo somos como uno solo, y mis tropas son tus tropas. Ciertamente nos uniremos a ti en batalla.
Asà que el rey de Israel convocó a los profetas, cuatrocientos en total, y les preguntó:—¿Debemos ir a pelear contra Ramot de Galaad, o debo desistir?—¡SÃ, adelante! —contestaron todos ellos—. Dios dará la victoria al rey.
El rey de Israel contestó a Josafat:—Hay un hombre más que podrÃa consultar al Señor por nosotros, pero lo detesto. ¡Nunca me profetiza nada bueno, solo desgracias! Se llama MicaÃas, hijo de Imla.—¡Un rey no deberÃa hablar de esa manera! —respondió Josafat—. Escuchemos lo que tenga que decir.
De modo que el rey de Israel llamó a uno de sus funcionarios y le dijo:—¡Rápido! Trae a MicaÃas, hijo de Imla.
El rey Acab de Israel y Josafat, rey de Judá, vestidos con sus vestiduras reales, estaban sentados en sus respectivos tronos en el campo de trillar que está cerca de la puerta de Samaria. Todos los profetas de Acab profetizaban allÃ, delante de ellos.
Uno de los profetas llamado SedequÃas, hijo de Quenaana, hizo unos cuernos de hierro y proclamó:—Esto dice el Señor: ¡Con estos cuernos cornearás a los arameos hasta matarlos!
Todos los demás profetas estaban de acuerdo.—Sà —decÃan—, sube a Ramot de Galaad y saldrás vencedor, porque ¡el Señor dará la victoria al rey!
Cuando MicaÃas se presentó ante el rey, Acab le preguntó:—MicaÃas, ¿debemos ir a pelear contra Ramot de Galaad, o debo desistir?MicaÃas le respondió con sarcasmo:—¡SÃ, sube y saldrás vencedor, tendrás la victoria sobre ellos!
Pero el rey le respondió con dureza:—¿Cuántas veces tengo que exigirte que solo me digas la verdad cuando hables de parte del Señor?
Entonces MicaÃas le dijo:—En una visión, vi a todo Israel disperso por los montes, como ovejas sin pastor, y el Señor dijo: “Han matado a su amo. EnvÃalos a sus casas en pazâ€.
—¿No te dije? —exclamó el rey de Israel a Josafat—. Nunca me profetiza otra cosa que desgracias.
»Asà que, como ves, el Señor ha puesto un espÃritu de mentira en la boca de tus profetas, porque el Señor ha dictado tu condena.
Entonces SedequÃas, hijo de Quenaana, se acercó a MicaÃas y le dio una bofetada.—¿Desde cuándo el EspÃritu del Señor salió de mà para hablarte a ti? —le reclamó.
Denles la siguiente orden de parte del rey: “¡Metan a este hombre en la cárcel y no le den más que pan y agua hasta que yo regrese sano y salvo de la batalla!â€Â».
A su vez, el rey de Aram habÃa dado las siguientes órdenes a sus comandantes de carros de guerra: «Ataquen sólo al rey de Israel. ¡No pierdan tiempo con nadie más!».
Tan pronto como los comandantes de los carros se dieron cuenta de que no era el rey de Israel, dejaron de perseguirlo.
Sin embargo, un soldado arameo disparó una flecha al azar hacia las tropas israelitas e hirió al rey de Israel entre las uniones de su armadura. «¡Da la vuelta y sácame de aquÃ! —dijo Acab entre quejas y gemidos al conductor del carro—. ¡Estoy gravemente herido!».
La encarnizada batalla se prolongó todo ese dÃa, y el rey de Israel se mantuvo erguido en su carro frente a los arameos. Por la tarde, justo cuando se ponÃa el sol, Acab murió.