Por mucho tiempo los israelitas estuvieron sin el verdadero Dios, sin sacerdote que les enseñara y sin la ley que los instruyera;
pero cada vez que estaban en dificultades y se volvÃan al Señor, Dios de Israel, y lo buscaban, lo encontraban.
»En esos tiempos oscuros no se podÃa viajar con seguridad y los problemas perturbaban a los habitantes de todos los paÃses.
Nación luchaba contra nación, ciudad contra ciudad, porque Dios las afligÃa con todo tipo de dificultades;
pero en cuanto a ustedes, sean fuertes y valientes porque su trabajo será recompensado».
Cuando Asa oyó este mensaje de AzarÃas el profeta, se armó de valor y quitó todos los Ãdolos detestables de la tierra de Judá y de BenjamÃn, asà como de las ciudades que habÃa conquistado en la zona montañosa de EfraÃn. Además reparó el altar del Señor que estaba frente a la antesala del templo del Señor.
Ese dÃa sacrificaron al Señor setecientas cabezas de ganado y siete mil ovejas y cabras del botÃn que habÃan tomado en la batalla.
Luego hicieron un pacto de buscar al Señor, Dios de sus antepasados, con todo el corazón y con toda el alma.
Decidieron que todo el que se negara a buscar al Señor, Dios de Israel, serÃa ejecutado, fuera joven o anciano, hombre o mujer.
Con gran voz hicieron un juramento de lealtad al Señor al estruendo de las trompetas y al fuerte toque de los cuernos de carnero.
Todos en Judá estaban contentos con el pacto, porque lo habÃan hecho de todo corazón. Con fervor buscaron a Dios y lo encontraron; y el Señor les dio descanso de sus enemigos en todo el territorio.
El rey Asa quitó a su abuela Maaca de su puesto de reina madre, porque ella habÃa hecho un poste obsceno dedicado a la diosa Asera. Derribó el poste obsceno, lo hizo pedazos y lo quemó en el valle de Cedrón.
Aunque no se quitaron los santuarios paganos de Israel, el corazón de Asa se mantuvo totalmente fiel durante toda su vida.