En ese tiempo, el rey de Asiria desterró a los israelitas a Asiria y los ubicó en colonias en la región de Halah, en Gozán junto a la ribera del rÃo Habor, y en las ciudades de los medos.
Para reunir esta cantidad, el rey EzequÃas usó toda la plata que estaba guardada en el templo del Señor y en el tesoro del palacio.
Hasta quitó el oro de las puertas del templo del Señor y de los marcos de las puertas que habÃa revestido con oro, y se lo dio todo al rey de Asiria.
Mandaron llamar al rey EzequÃas, pero el rey envió a tres funcionarios a recibirlos: Eliaquim, hijo de HilcÃas, administrador del palacio; Sebna, secretario de la corte; y Joa, hijo de Asaf, historiador del reino.
¿Con Egipto? Si te apoyas en Egipto, será como una caña que se quiebra bajo tu peso y te atraviesa la mano. ¡El faraón, rey de Egipto, no es nada confiable!
Es más, ¿crees que hemos invadido tu tierra sin la dirección del Señor? El Señor mismo nos dijo: “¡Ataquen esta tierra y destrúyanla!â€Â».
Entonces tanto Eliaquim, hijo de HilcÃas, como Sebna y Joa le dijeron al jefe del Estado Mayor asirio:—Por favor, háblanos en arameo porque lo entendemos bien. No hables en hebreo, porque oirá la gente que está sobre la muralla.
Pero el jefe del Estado Mayor de Senaquerib respondió:—¿Ustedes creen que mi amo les envió este mensaje solo a ustedes y a su amo? Él quiere que todos los habitantes lo oigan porque, cuando sitiemos a esta ciudad, ellos sufrirán junto con ustedes. Tendrán tanta hambre y tanta sed que comerán su propio excremento y beberán su propia orina.
»â€Â¡No escuchen a EzequÃas! El rey de Asiria les ofrece estas condiciones: hagan las paces conmigo; abran las puertas y salgan. Entonces cada uno de ustedes podrá seguir comiendo de su propia vid y de su propia higuera, y bebiendo de su propio pozo.
El pueblo se quedó en silencio y no dijo ni una palabra, porque EzequÃas le habÃa ordenado: «No le respondan».
Entonces Eliaquim, hijo de HilcÃas, administrador del palacio; Sebna, secretario de la corte; y Joa, hijo de Asaf, historiador del reino, regresaron a donde estaba EzequÃas. Desesperados rasgaron su ropa, entraron para ver al rey y le contaron lo que habÃa dicho el jefe del Estado Mayor asirio.