Entonces Acab mandó llamar a todos los ancianos del reino y les dijo:—¡Miren cómo este hombre está causando problemas! Ya accedà a su exigencia de darle mis esposas, mis hijos, mi plata y mi oro.
—No cedas ante ninguna otra de sus exigencias —le aconsejaron todos los ancianos y todo el pueblo.
Con eso Ben-adad le envió otro mensaje a Acab, que decÃa: «Que los dioses me hieran e incluso me maten si de Samaria queda polvo suficiente para darle un puñado a cada uno de mis soldados».
El rey de Israel le envió esta respuesta: «Un guerrero que está preparándose con su espada para salir a pelear no deberÃa presumir como un guerrero que ya ganó».
Ben-adad y los otros reyes recibieron la respuesta de Acab mientras bebÃan en sus carpas. «¡Prepárense para atacar!», ordenó Ben-adad a sus oficiales. Entonces se prepararon para atacar la ciudad.
—¿Cómo lo hará? —preguntó Acab.El profeta contestó:—Esto dice el Señor: “Lo harán las tropas de los comandantes provincialesâ€.—¿Debemos atacar nosotros primero? —preguntó Acab.—Sà —contestó el profeta.
Cerca del mediodÃa, mientras Ben-adad y los treinta y dos reyes aliados aún estaban en sus carpas bebiendo hasta emborracharse,
el primer contingente, formado por las tropas de los comandantes provinciales, avanzó desde la ciudad.Mientras se acercaban, la patrulla de avanzada que habÃa mandado Ben-adad le informó:—Unas tropas avanzan desde Samaria.
—Tráiganlos vivos —ordenó Ben-adad—, ya sea que vengan en son de paz o de guerra.
El resto huyó a la ciudad de Afec, pero la muralla les cayó encima y mató a otros veintisiete mil de ellos. Ben-adad huyó a la ciudad y se escondió en un cuarto secreto.
Los oficiales de Ben-adad le dijeron: «Hemos oÃdo, señor, que los reyes de Israel son compasivos. Entonces pongámonos tela áspera alrededor de la cintura y sogas en la cabeza en señal de humillación, y rindámonos ante el rey de Israel. Tal vez asà le perdone la vida».
Entonces se pusieron tela áspera y sogas, y fueron a ver al rey de Israel, a quien le suplicaron:—Su siervo Ben-adad dice: “Le ruego que me perdone la vidaâ€.El rey de Israel respondió:—¿TodavÃa vive? ¡Él es mi hermano!
Los hombres tomaron la respuesta como una buena señal y, aprovechando esas palabras, enseguida le respondieron:—¡SÃ, su hermano Ben-adad!—¡Vayan a traerlo! —les dijo el rey de Israel.Cuando Ben-adad llegó, Acab lo invitó a subir a su carro de guerra.
Entonces el profeta le dijo: «Como no obedeciste la voz del Señor, un león te matará apenas te separes de mû. Cuando el hombre se fue, sucedió que un león lo atacó y lo mató.
El profeta se puso una venda en los ojos para que no lo reconocieran y se quedó junto al camino, esperando al rey.
Cuando el rey pasó, el profeta lo llamó:—Señor, yo estaba en lo más reñido de la batalla, cuando de pronto un hombre me trajo un prisionero y me dijo: “Vigila a este hombre; si por alguna razón se te escapa, ¡pagarás con tu vida o con una multa de treinta y cuatro kilos de plata!â€;
pero mientras yo estaba ocupado en otras cosas, ¡el prisionero desapareció!—Bueno, fue tu culpa —respondió el rey—. Tú mismo has firmado tu propia sentencia.
Enseguida el profeta se quitó la venda de los ojos, y el rey lo reconoció como uno de los profetas.
El profeta le dijo:—Esto dice el Señor: “Por haberle perdonado la vida al hombre que yo dije que habÃa que destruir ahora tú morirás en su lugar, y tu pueblo morirá en lugar de su puebloâ€.
Entonces el rey de Israel volvió a su casa en Samaria, enojado y de mal humor.