Sucedió que habÃa un alborotador allà de nombre Seba, hijo de Bicri, un hombre de la tribu de BenjamÃn. Seba tocó un cuerno de carnero y comenzó a repetir: «¡Abajo la dinastÃa de David!    No nos interesa para nada el hijo de IsaÃ. Vamos, hombres de Israel,    todos a sus casas».
Asà que Amasa salió a notificar a la tribu de Judá, pero le llevó más tiempo del que le fue dado.
Por eso David le dijo a Abisai: «Seba, hijo de Bicri, nos va a causar más daño que Absalón. Rápido, toma a mis tropas y persÃguelo antes de que llegue a alguna ciudad fortificada donde no podamos alcanzarlo».
Al llegar a la gran roca de Gabaón, Amasa les salió al encuentro. Joab llevaba puesta su túnica militar con una daga sujeta a su cinturón. Cuando dio un paso al frente para saludar a Amasa, sacó la daga de su vaina.
«¿Cómo estás, primo mÃo?», dijo Joab, y con la mano derecha lo tomó por la barba como si fuera a besarlo.
Amasa no se dio cuenta de la daga que tenÃa en la mano izquierda, y Joab se la clavó en el estómago, de manera que sus entrañas se derramaron por el suelo. Joab no necesitó volver a apuñalarlo, y Amasa pronto murió. Joab y su hermano Abisai lo dejaron tirado allà y siguieron en busca de Seba.
Uno de los jóvenes de Joab les gritó a las tropas de Amasa: «Si están a favor de Joab y David, vengan y sigan a Joab».
Pero como Amasa yacÃa bañado en su propia sangre en medio del camino, y el hombre de Joab vio que todos se detenÃan para verlo, lo arrastró fuera del camino hasta el campo y le echó un manto encima.
Con el cuerpo de Amasa quitado de en medio, todos continuaron con Joab a capturar a Seba, hijo de Bicri.
Mientras tanto, Seba recorrÃa todas las tribus de Israel y finalmente llegó a la ciudad de Abel-bet-maaca. Todos los miembros de su propio clan, los bicritas, se reunieron para la batalla y lo siguieron a la ciudad.
Cuando llegaron las fuerzas de Joab, atacaron Abel-bet-maaca. Construyeron una rampa de asalto contra las fortificaciones de la ciudad y comenzaron a derribar la muralla.
Pero una mujer sabia de la ciudad llamó a Joab y le dijo:—Escúcheme, Joab. Venga aquà para que pueda hablar con usted.
Cuando Joab se acercó, la mujer le preguntó:—¿Es usted Joab?—SÃ, soy yo —le respondió.Entonces ella dijo:—Escuche atentamente a su sierva.—Estoy atento —le dijo.
Asà que ella continuó:—HabÃa un dicho que decÃa: “Si quieres resolver una disputa, pide consejo en la ciudad de Abelâ€.