sea conocido a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que ha sido en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Por Jesús este hombre está de pie sano en vuestra presencia.
Él es la piedra rechazada por vosotros los edificadores, la cual ha llegado a ser cabeza del ángulo.
Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
Y viendo la valentÃa de Pedro y de Juan, y teniendo en cuenta que eran hombres sin letras e indoctos, se asombraban y reconocÃan que habÃan estado con Jesús.
Pero, ya que veÃan de pie con ellos al hombre que habÃa sido sanado, no tenÃan nada que decir en contra.
Entonces les mandaron que saliesen fuera del SanedrÃn y deliberaban entre sÃ,
pues el hombre en quien habÃa sido hecho este milagro de sanidad tenÃa más de cuarenta años.
Una vez sueltos, fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habÃan dicho.
Cuando ellos lo oyeron, de un solo ánimo alzaron sus voces a Dios y dijeron: "Soberano, tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay,
Se levantaron los reyes de la tierra y sus gobernantes consultaron unidos contra el Señor y contra su Ungido.
Porque verdaderamente, tanto Herodes como Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel se reunieron en esta ciudad contra tu santo Siervo Jesús, al cual ungiste,
para llevar a cabo lo que tu mano y tu consejo habÃan determinado de antemano que habÃa de ser hecho.
Y ahora, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que hablen tu palabra con toda valentÃa.
Extiende tu mano para que sean hechas sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo Siervo Jesús."
Cuando acabaron de orar, el lugar en donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del EspÃritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valentÃa.
La multitud de los que habÃan creÃdo era de un solo corazón y una sola alma. Ninguno decÃa ser suyo propio nada de lo que poseÃa, sino que todas las cosas les eran comunes.
Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia habÃa sobre todos ellos.
No habÃa, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que eran propietarios de terrenos o casas los vendÃan, traÃan el precio de lo vendido
y lo ponÃan a los pies de los apóstoles. Y era repartido a cada uno según tenÃa necesidad.