Paul, an apostle of Jesus Christ by the will of God, and Timothy our brother, unto the church of God which is at Corinth, with all the saints which are in all Achaia:
Cuando se determinó que habÃamos de navegar a Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos a un centurión llamado Julio, de la compañÃa Augusta.
Asà que nos embarcamos en una nave adramiteña que salÃa para los puertos de Asia, y zarpamos. Estaba con nosotros Aristarco, un macedonio de Tesalónica.
Al otro dÃa, atracamos en Sidón; y Julio, tratando a Pablo con amabilidad, le permitió ir a sus amigos y ser atendido por ellos.
Y habiendo zarpado de allÃ, navegamos a sotavento de Chipre, porque los vientos nos eran contrarios.
El centurión encontró allà una nave alejandrina que navegaba a Italia, y nos embarcó en ella.
Navegando muchos dÃas despacio, y habiendo llegado a duras penas frente a Gnido, porque el viento nos impedÃa, navegamos a sotavento de Creta frente a Salmón.
Y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea.
Pero el centurión fue persuadido más por el piloto y el capitán del barco, y no por lo que Pablo decÃa.
Ya que el puerto era incómodo para pasar el invierno, la mayorÃa acordó zarpar de allÃ, por si de alguna manera pudiesen arribar a Fenice, un puerto de Creta que mira al suroeste y al noroeste, para invernar allÃ.
Como sopló una brisa del sur y les pareció que ya habÃan logrado lo que deseaban, izaron velas e iban costeando a Creta muy de cerca.
y al tercer dÃa, con sus propias manos arrojaron los aparejos del barco.
Como no aparecÃan ni el sol ni las estrellas por muchos dÃas y nos sobrevenÃa una tempestad no pequeña, Ãbamos perdiendo ya toda esperanza de salvarnos.
Entonces los soldados cortaron las amarras del esquife y dejaron que se perdiera.
Cuando comenzó a amanecer, Pablo animaba a todos a comer algo, diciendo: --Éste es el decimocuarto dÃa que veláis y seguÃs en ayunas sin comer nada.
Por tanto, os ruego que comáis algo, pues esto es para vuestra salud; porque no perecerá ni un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros.
Luego, satisfechos de la comida, aligeraban la nave echando el trigo al mar.
Cuando se hizo de dÃa, no reconocÃan la tierra; pero distinguÃan una bahÃa que tenÃa playa, en la cual, de ser posible, se proponÃan varar la nave.
Cortaron las anclas y las dejaron en el mar. A la vez, soltaron las amarras del timón, izaron al viento la vela de proa e iban rumbo a la playa.
Pero al dar en un banco de arena entre dos corrientes, hicieron encallar la nave. Al enclavarse la proa, quedó inmóvil, mientras la popa se abrÃa por la violencia de las olas.
Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno se escapara nadando;
pero el centurión, queriendo librar a Pablo, frustró su intento. Mandó a los que podÃan nadar que fueran los primeros en echarse para salir a tierra;
y a los demás, unos en tablas, y otros en objetos de la nave. Asà sucedió que todos llegaron salvos a tierra.