Cuando se nos pasaron los dÃas, salimos acompañados por todos con sus mujeres e hijos hasta fuera de la ciudad, y puestos de rodillas en la playa, oramos.
Nos despedimos los unos de los otros y subimos al barco, y ellos volvieron a sus casas.
Habiendo completado la travesÃa marÃtima desde Tiro, arribamos a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un dÃa.
Cuando lo oyeron, glorificaron a Dios. Y le dijeron: --Tú ves, hermano, cuántos miles de judÃos hay que han creÃdo; y todos son celosos por la ley.
Pero en cuanto a los gentiles que han creÃdo, nosotros hemos escrito lo que habÃamos decidido: que se abstengan de lo que es ofrecido a los Ãdolos, de sangre, de lo estrangulado y de fornicación.
Cuando iban a terminar los siete dÃas, los judÃos de Asia, al verle en el templo, comenzaron a alborotar a todo el pueblo y le echaron mano,
gritando: "¡Hombres de Israel! ¡Ayudad! ¡Éste es el hombre que por todas partes anda enseñando a todos contra nuestro pueblo, la ley y este lugar! Y además de esto, ha metido griegos dentro del templo y ha profanado este lugar santo."
Asà que toda la ciudad se agitó, y se hizo un tumulto del pueblo. Se apoderaron de Pablo y le arrastraron fuera del templo, y de inmediato las puertas fueron cerradas.
Entonces, ¿no eres tú aquel egipcio que provocó una sedición antes de estos dÃas, y sacó al desierto a cuatro mil hombres de los asesinos?
Entonces dijo Pablo: --A la verdad, yo soy judÃo, ciudadano de Tarso de Cilicia, una ciudad no insignificante. Y te ruego, permÃteme hablar al pueblo.