Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el EspÃritu Santo, y ellos hablaban en lenguas y profetizaban.
Eran entre todos como doce hombres.
Durante unos tres meses, entrando en la sinagoga, Pablo predicaba con valentÃa discutiendo y persuadiendo acerca de las cosas del reino de Dios.
Pero como algunos se endurecÃan y rehusaban creer, hablando mal del Camino delante de la multitud, se separó de ellos y tomó a los discÃpulos aparte, discutiendo cada dÃa en la escuela de Tirano.
Esto continuó por dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, tanto judÃos como griegos, oyeron la palabra del Señor.
Dios hacÃa milagros extraordinarios por medio de las manos de Pablo;
de tal manera que hasta llevaban pañuelos o delantales que habÃan tocado su cuerpo para ponerlos sobre los enfermos, y las enfermedades se iban de ellos, y los espÃritus malos salÃan de ellos.
Y el hombre en quien estaba el espÃritu malo se lanzó sobre ellos, los dominó a todos y prevaleció contra ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos.
Este acontecimiento fue conocido por todos los que habitaban en Éfeso, tanto judÃos como griegos. Cayó temor sobre todos ellos, y el nombre del Señor Jesús era magnificado.
Muchos de los que habÃan creÃdo venÃan confesando y reconociendo sus prácticas públicamente.
Asimismo, un buen número de los que habÃan practicado la magia trajeron sus libros y los quemaron delante de todos. Calcularon su valor y hallaron que era de 50.000 monedas de plata.
De esta manera crecÃa la palabra del Señor y prevalecÃa poderosamente.
Entonces algunos de entre la multitud dieron instrucciones a Alejandro, a quien los judÃos habÃan empujado hacia adelante. Y Alejandro, pidiendo silencio con la mano, querÃa hacer una defensa ante el pueblo.
Pero reconociendo que era judÃo, todos volvieron a gritar a una sola voz, por casi dos horas: --¡Grande es Diana de los efesios!