Jesús fue con ellos. Y cuando ya no estaban muy lejos de su casa, el centurión le envió unos amigos para decirle: --Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo.
Por eso, no me tuve por digno de ir a ti. Más bien, di la palabra, y mi criado será sanado.
Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquà que llevaban a enterrar un muerto, el único hijo de su madre, la cual era viuda. Bastante gente de la ciudad la acompañaba.
Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: --No llores.
A Juan le informaron sus discÃpulos acerca de todas estas cosas. Entonces Juan llamó a dos de sus discÃpulos
y los envió al Señor, para preguntarle: "¿Eres tú aquel que ha de venir, o esperaremos a otro?"
Cuando los hombres vinieron a Jesús, le dijeron: --Juan el Bautista nos ha enviado a ti, diciendo: "¿Eres tú aquel que ha de venir, o esperaremos a otro?"
En aquella hora Jesús sanó a muchos de enfermedades, de plagas y de espÃritus malos; y a muchos ciegos les dio la vista.
Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza, y gritan los unos a los otros, diciendo: "Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos canciones de duelo, y no llorasteis."
Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y decÃs: "¡Demonio tiene!"
Ha venido el Hijo del Hombre que come y bebe, y decÃs: "¡He allà un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores!"
Pero la sabidurÃa es justificada por todos sus hijos.
Y he aquÃ, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, una mujer que era pecadora en la ciudad llevó un frasco de alabastro con perfume.