Entonces oramos a nuestro Dios, y a causa de ellos pusimos guardia contra ellos de dÃa y de noche.
Pero los de Judá dijeron: --Las fuerzas de los acarreadores se han debilitado, y los escombros son muchos. Nosotros no podremos reedificar la muralla.
Y nuestros enemigos dijeron: --Que no sepan, ni vean, hasta que entremos en medio de ellos y los matemos, y hagamos cesar la obra.
Pero sucedió que cuando vinieron los judÃos que habitaban cerca de ellos, nos dijeron diez veces: "De todos los lugares a donde os volváis, vendrán contra nosotros."
Entonces distribuà al pueblo por familias, detrás de la muralla en sus partes más bajas y en sus partes desprotegidas, con sus espadas, sus lanzas y sus arcos.
Sucedió que cuando nuestros enemigos oyeron que nos habÃamos enterado y que Dios habÃa desbaratado su plan, volvimos todos al muro, cada uno a su trabajo.
Pero desde aquel dÃa la mitad de mis hombres trabajaba en la obra, y la otra mitad empuñaba las lanzas, los escudos, los arcos y las corazas. Y los oficiales estaban detrás de toda la casa de Judá.
Tanto los que reedificaban el muro como los que llevaban cargas estaban armados; con una mano trabajaban en la obra y con la otra empuñaban la jabalina.
Los que edificaban llevaban cada uno su espada ceñida al cinto; asà edificaban. Y el que tocaba la trompeta estaba junto a mÃ.
Entonces dije a los principales, a los oficiales y al resto del pueblo: --La obra es grande y amplia, y nosotros estamos distanciados en la muralla, lejos los unos de los otros.
En el lugar donde oigáis el sonido de la corneta, allà reunÃos con nosotros. Y nuestro Dios combatirá por nosotros.
Asà trabajábamos nosotros en la obra, y la mitad de ellos empuñaban las lanzas, desde la aurora hasta la aparición de las estrellas.
Ni yo, ni mis compañeros, ni mis hombres, ni la guardia que me acompañaba, ninguno de nosotros nos quitamos nuestra ropa; y cada uno tenÃa su jabalina a su derecha.