Saúl y su criado atravesaron los montes de EfraÃn y llegaron hasta el territorio de Salisa, pero no las encontraron. De allà siguieron a la tierra de SagalÃn, y tampoco las hallaron. Fueron entonces a la tierra de BenjamÃn, y tampoco estaban allÃ.
Antiguamente, cualquiera en Israel que consultaba a Dios, decÃa: «Vamos a ver al vidente», porque asà se le llamaba al que luego se llamó «profeta».
Asà que Saúl le dijo a su criado:«Bien dicho. Vamos, pues.»Y se dirigieron a la ciudad en donde estaba el hombre de Dios.
Cuando subÃan por la cuesta de la ciudad, se encontraron con unas jóvenes que salÃan por agua, y les preguntaron:«¿Vive aquà el vidente?»
Ellas les respondieron:«SÃ, pero más adelante. Dense prisa, porque hoy ha venido a la ciudad para acompañar al pueblo, que va a ofrecer sacrificios en el santuario que está en lo alto del cerro.
Entonces Samuel tomó a Saúl y a su criado, y los llevó a la sala y les ofreció la cabecera de la mesa, aun cuando Samuel tenÃa treinta invitados más.
Luego le dijo al cocinero:«Trae la porción de carne que te dije que apartaras.»
Y cuando bajaron del cerro, fueron a la ciudad y Samuel habló con Saúl en la azotea de la casa.
Al dÃa siguiente, al despuntar el alba, Saúl estaba en la azotea; pero Samuel lo llamó y le dijo:«Levántate, para que te despida.»Saúl se levantó, y ambos salieron;
y cuando se dirigÃan al otro lado de la ciudad, Samuel le pidió a Saúl que ordenara al criado adelantarse. El criado se adelantó, y entonces Samuel le dijo a Saúl:«Tengo un mensaje de Dios para ti.»