Las langostas tenÃan el aspecto de caballos preparados para la guerra; en la cabeza llevaban algo parecido a una corona de oro, y sus caras eran semejantes a los rostros humanos.
Sus crines parecÃan cabelleras de mujer, y sus dientes eran como los colmillos de los leones.
Su caparazón parecÃa una coraza de hierro, y con sus alas producÃan un estruendo semejante al de muchos carros y caballos que corren a la batalla.
Sus colas y aguijones eran como de escorpiones, y con su cola podÃan dañar a la gente durante cinco meses.
El rey que las gobierna es el ángel del abismo, cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego, Apolión.
El primer ay pasó, pero aún faltan dos ayes más.
Cuando el sexto ángel tocó su trompeta, oà una voz que salÃa de entre los cuatro cuernos del altar de oro que estaba delante de Dios.
Esa voz le decÃa al sexto ángel que tenÃa la trompeta: «Desata a los cuatro ángeles que están atados junto al gran rÃo Éufrates.»
Y fueron desatados los cuatro ángeles, los cuales estaban preparados para matar en esa hora y ese dÃa, de ese mes y año, a la tercera parte de la gente.
Y oà que el número de las tropas de a caballo era de doscientos millones.
Ésta es la visión que tuve de los caballos y sus jinetes: Sus corazas eran rojas como el fuego, azules como el zafiro y amarillas como el azufre. Las cabezas de los caballos parecÃan cabezas de león, y por el hocico lanzaban fuego, humo y azufre.
La tercera parte de la gente murió por causa de estas tres plagas, es decir, por el fuego, por el humo y por el azufre que lanzaban por el hocico.
Y es que los caballos tenÃan poder en el hocico y en la cola, pues su cola parecÃa serpiente, y el daño lo causaban con la cabeza.
El resto de la gente, los que no murieron por estas plagas, ni aun asà se arrepintieron de su maldad, ni dejaron de adorar a los demonios ni a las imágenes de oro, plata, bronce, piedra y madera, las cuales no pueden ver ni oÃr ni caminar.
Tampoco se arrepintieron de sus asesinatos ni de sus hechicerÃas, ni de su inmoralidad sexual ni de sus robos.