El Cordero rompió el tercer sello, y entonces oà que el tercer ser viviente me decÃa: «¡Ven!» Vi entonces aparecer un caballo negro, y el que lo montaba llevaba en la mano una balanza.
En medio de los cuatro seres vivientes, oà una voz que decÃa: «¡Un kilo de trigo, o tres kilos de cebada, por el salario de un dÃa! ¡Pero no seas injusto con el aceite ni con el vino!»
Al abrir el Cordero el cuarto sello, oà la voz del cuarto ser viviente, que me decÃa: «¡Ven!»
Yo vi cuando el Cordero abrió el sexto sello, y entonces se produjo un gran terremoto. El sol se cubrió de oscuridad, como con un vestido de luto, y la luna entera se puso roja como la sangre;
las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como caen los higos cuando un fuerte viento sacude la higuera.
El cielo se esfumó, como si fuera un pergamino que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de su lugar.
Todos se escondieron en las cuevas y entre las grietas de los montes: lo mismo los reyes de la tierra que los prÃncipes, los ricos, los capitanes y los poderosos; lo mismo los esclavos que los libres;
y decÃan a los montes y a las peñas: «¡Caigan sobre nosotros! ¡No dejen que nos mire el que está sentado sobre el trono! ¡Escóndannos de la ira del Cordero!