Porque nuestra exhortación no se basa en el error ni en malas intenciones, ni tampoco tratamos de engañar a nadie,
sino que hablamos porque Dios nos aprobó y nos confió el evangelio. No buscamos agradar a los hombres, sino a Dios, que es quien examina nuestro corazón.
Como ustedes bien saben, nosotros nunca usamos palabras lisonjeras, ni hay en nosotros avaricia encubierta. Dios es nuestro testigo.
Tampoco hemos buscado recibir honores de ustedes, ni de otros ni de nadie, aun cuando como apóstoles de Cristo podrÃamos haberles pedido que nos ayudaran.
En vez de eso, los hemos tratado con ternura, con el mismo cuidado de una madre por sus hijos.
Hermanos, ustedes se acordarán de nuestros trabajos y fatigas, y de cómo noche y dÃa nos dedicamos a predicarles el evangelio de Dios, sin ser una carga para nadie.
Porque ustedes, hermanos, llegaron a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea, ya que de parte de sus compatriotas sufrieron las mismas cosas que ellas padecieron de los judÃos,
los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron. Ellos no agradan a Dios, se oponen a todo el mundo,
y a nosotros nos impiden predicar a los no judÃos para que se salven. Con esto llegan al colmo de sus pecados, y se hacen acreedores a la ira más extrema.
Pero nosotros, hermanos, aunque estuvimos separados de ustedes por algún tiempo (fÃsicamente, pero no en el corazón), hicimos todo lo posible para ir a verlos.