Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, saludo a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso.
Que la gracia y la paz de nuestro Dios y Padre, y del Señor Jesucristo, sean con todos ustedes.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales.
En él, Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en su presencia seamos santos e intachables. Por amor
nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado.
En él tenemos la redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados según las riquezas de su gracia,
la cual desbordó sobre nosotros en toda sabiduría y entendimiento,
y nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo,
para que cuando llegara el tiempo señalado reuniera todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
En él asimismo participamos de la herencia, pues fuimos predestinados conforme a los planes del que todo lo hace según el designio de su voluntad,
a fin de que nosotros, los primeros en esperar en Cristo, alabemos su gloria.
También ustedes, luego de haber oído la palabra de verdad, que es el evangelio que los lleva a la salvación, y luego de haber creído en él, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa,
que es la garantía de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria.
Por esta causa también yo, desde que supe de la fe de ustedes en el Señor Jesús y del amor que ustedes tienen para con todos los santos,
no ceso de dar gracias por ustedes al recordarlos en mis oraciones,
para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él.
Pido también que Dios les dé la luz necesaria para que sepan cuál es la esperanza a la cual los ha llamado, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,
y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros, los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa,
la cual operó en Cristo, y lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en los lugares celestiales,
muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y por encima de todo nombre que se nombra, no sólo en este tiempo, sino también en el venidero.
Dios sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio a la iglesia, como cabeza de todo,
pues la iglesia es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena a plenitud.